Un día Ganzan y Ekido se encontraban caminando por un sendero sucio. Estaba lloviendo a cántaros. Al acercarse a la orilla de un río, encontraron a una chica en un kimono de seda que no podía cruzar el embravecido río. La chica era hermosa.
— Vamos, muchacha —dijo Ganzan inmediatemente-. La tomó en sus brazos y la llevó hacia la otra orilla.
Ekido no retomó la conversación y guardó silencio hasta la noche cuando llegaron a un templo. Ya no podía aguantar y enunció:
— Nosotros, los monjes, no debemos acercanos a las mujeres, y mucho menos si son tan jóvenes y hermosas, ¡pues es peligroso! ¿Por qué lo hiciste?
— Dejé a la chica allá, en el otro lado del río —contestó Ganzan— y tú la sigues cargando.
Fuentes: Moodrost
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